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El poder de las palabras

Actualizado: 1 may 2020

Hace un tiempo, tan breve, pero tan lejano al recuerdo, me encontré en medio de un debate con un grupo de gente interesada en la literatura. Aquella vez hablábamos del tema que vengo a plantear hoy aquí en este post: «el poder de las palabras». Este es un blog de Literatura (y qué se yo de cuántas cosas más). ¿Qué mejor que hablar de palabras?

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Cuando hacemos catarsis literaria

Al principio del post mencionaba un debate, en aquella ocasión manifestaba que como escritores, tenemos un papel clave en la construcción de la realidad (como lo explicaré mejor más adelante) y por ello, deberíamos expresar nuestras palabras al mundo con cierta consciencia, nuestros mensajes deberían ir más allá de una mera catarsis artística a partir de letras.

No niego los beneficios de éstas, sino por el contrario, por experiencia propia la recomiendo. La catarsis artística —en la literatura así como en todas las ramas del arte— es muy buena, es sanadora, es depurativa, nos ayuda a conectar con esas partes inconsciente de nosotros mismo y traerlas al consciente. Es una herramienta que nos permite ver aquello que no podíamos ver, desbloquear, mover energías y sentimientos, decodificar nuestro lenguaje simbólico propio, darle forma y coherencia a esa amalgama de «cosas en ebullición» que tenemos en nuestro interior y que nos cuesta manifestar; por eso es tan potente. De esas catarsis artísticas muchas veces pueden nacer cosas realmente profundas y con sentido, incluso puede nacer una nueva parte de nosotros mismos. Como Meryl Streep dice: «coge tu corazón roto y conviértelo en arte».

Sí, de verdad creo que el arte nos debe hacer sentir, experimentar, remover, conectar, aflorar, pero creo fervorosamente que cada vez más, por encima de todas las cosas, nos debe conectar, inspirar, sanar, aproximar como seres, hacer crecer, permitirnos indagar, y acercarnos hacia la plenitud del ser. El arte, sobre todo la literatura, debería ir siempre un paso más allá, realmente deberíamos filtrar aquello que es personal y refleja un proceso interno —y que muchas veces no está para nada exento de dolor—, de aquello que mostramos al mundo. La literatura no debería tratarse meramente de sacar nuestros trapitos sucios al sol, debería transmitir más que ese dolor; el aprendizaje profundo que nos ha traído el atravesarlo, debería ser, en alguna medida una fuente de esperanza y luz que obsequiamos desde nuestra vulnerabilidad y nuestras heridas a los demás.

Para nada mi discurso va encauzado a atacar la libertad de expresión, por el contrario, mi punto de vista pretende enaltecer el fin mismo de esa expresión, consumada en algo más elevado que la simple expresión.

Y no, eso que planteo no condiciona el formato, ni condiciona el contenido, no lo vuelve una cursilería, ni le quita valor, ni lo vuelve ingenuo —te puedo garantizar que he leído libros profundos, no solo de autoayuda, también se encuentran libros valiosos de ficción y aventura—. Lo que sugiero, convierte al texto en algo más que una lectura, proporciona un real significado para quien lo da y para quien lo recibe.

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La literatura debería ser en alguna medida una fuente de esperanza y luz que obsequiamos desde nuestra vulnerabilidad y nuestras heridas a los demás

La creación mediante las palabras

Nada existe, sino a través de las palabras, esos símbolos acordados socialmente codifican un lenguaje y son el medio de expresión elemental, mediante el cual nos damos a entender con el resto de los seres de la sociedad en la que vivimos.

Damos forma a nuestros pensamientos, a nuestro mundo y a nuestra percepción a través de los mensajes conscientes o inconscientes —implementados y escogidos— que se alojan en nuestra psiquis a partir de palabras o imágenes arquetípicas (creencias limitantes, patrones de pensamiento, inconsciente colectivo). Todos estos factores repercuten en la autopercepción y el lenguaje —expansivo o limitante— que utilizamos internamente para describirnos, lo que se verá finalmente manifiesto de manera externa, condicionando nuestra postura vital, y por consiguiente determinando cuán hondo llegaremos a expresar nuestro máximo potencial humano. Enunciar nuestros sueños, valores y creencias, constituye por lo tanto el primer paso para concebir y posteriormente construir lo deseado.

Me refiero con esto, a que somos personajes activos en la creación de realidad a algo elemental: solo podremos ser aquello que pensamos. No hay posibilidad de manifestar una actitud o una forma de hacer las cosas sin antes ser siquiera concebida y trabajada primariamente.

Descartes, con su frase racionalista más conocida, vislumbra una verdad fundamental: «pienso, luego existo» o «pienso, por lo tanto soy». Es esta consciencia de nosotros mismos es la que nos diferencia de otros seres vivientes, y al mismo tiempo la que nos atribuye una gran responsabilidad: ¿cómo estamos utilizando esa cualidad a favor de nuestra autopercepción y de la creación de nuestra realidad?

 

En literatura, un ejemplo paradigmático y explícito de la creación a través de las palabras surge en la Biblia, Dios crea el mundo a partir de las palabras da forma y concreta realidades físicas. En el artículo La palabra en la creación de los mundos, Danilo Sánchez Lihón, describe en palabras maravillosamente sobre este poder.

«Dios para crear las aguas, la luz y las estrellas no empieza a componerlas mecánicamente, ni a armarlas pieza tras pieza, sino que la manera de crearlas es pronunciando palabras, que es así cómo se nos cuenta no solo en la Biblia sino en la mayoría de textos sagrados de las diversas culturas. Es con la voz, con el habla, con el lenguaje que Dios va diciendo: “hágase la luz”, y la luz aparece. “sepárense las aguas de la tierra”, y los mares se forman en ondas relumbrantes y entre orillas estupefactas. Para después pronunciar: “hágase el hombre a mi imagen y semejanza”, obteniéndose de todo ello y como resultado la creación.

Y por ende, mediante esta semejanza, obtenemos este regalo también los hombres. Continúa:


Ese es el punto de origen, el orden y el sentido de todo lo creado. Y Dios, coherente con lo que decía de hacernos a su imagen y semejanza, insufló al hombre de palabras, desde el primer hálito de la creación del universo.
Es decir, la palabra aparece claramente como un don de creación, como un poder frente a lo material y a las cosas. Inherente a la naturaleza divina, al don de ser Dios y atributo sagrado concedido al hombre.
Pero, además, como la clave, el hechizo y el sentido que alcanza a tener cada ser en su interior, diciéndonos con esto que en el fondo del más mínimo corpúsculo que vaga en el espacio estelar hay una palabra, o un collar, o una diadema, o un ramillete, o un crisol de palabras. Y que ellas son infinitas. Y ello es portento y maravilla.»

A través de la literatura podemos construir con palabras —mundos, personajes, formas de concebir la vida, visiones, valores, virtudes— en la mente de aquellos que nos leen, y por ende estamos contribuyendo a aportar a su realidad mental. No es en vano que se profesa la sabiduría de aquellos que tanto leen, es porque el libro abre los horizontes y nos devela nuevas perspectivas. Personajes, reinos o criaturas míticas existen en la medida que fueron imaginadas, escritas y se afirman en la medida que son leídas. No necesariamente debe ser una realidad de 3D aquí y ahora, si son reales para aquellos que se adueñaron de esta lectura, han sido inducidos en su psiquis, y encontraron un paralelismo real al cual atribuírselo, pudiendo volverse verdaderas formas inspiracionales o alimentar sus miedos y carencias.

 

No solo me limito a hablar de literatura, esto es extensible a todas las áreas de nuestra vida, deberíamos aspirar a convertirnos en constructores de universos positivos y contribuir a sembrar esto mismo en las vidas de otras personas.

Todos deberían convertirnos en esos libros —pero con pies—, esos que en algún momento llegaron a nuestras vidas y nos transformaron, aquellos que colocaron en nuestra mente una piedra angular que sacudió los cimientos anteriores, dando como resultado una persona nueva, o al menos un «yo» transformando. Y te deseo que tu vida esté lleno de esos libros que te romperlos esquemas y te desconstruyen para mostrarte un «yo» nuevo. Una hermosa frase, de una hermosa mujer, la Madre Teresa de Calcuta, reza: «que nadie venga a ti, sin irse mejor y más feliz». Siguiendo el ejemplo del libro que mencionábamos más arriba, si ese libro aún no ha llegado, puedes transformarte en él, escribir tu verdad esperanzadora desde tus profundidades y convertirte en un nuevo «yo».

« —¿En qué piensas antes de dormir?
—En el andar caprichoso e irrefrenable de algunos, y en el andar bailarín e inspirador de otros. Hay quienes cuentan que sólo una palabra los separa del abismo en el que vives vacío o te conviertes en sueños. En la pestaña de mis párpados solares leo "consciencia" y descubro que mis lunares, son constelaciones de un cielo de millonarios poetas. Que con voces de amor, y verbos transformados en siluetas etéreas, dibujan con sus plumas, lo que escogen por destino. Y esa  materia divina que llaman "verso creativo", "universo", o "ver solo amor", es donde habita el qi de todas las poesías. » Cósmicos

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Cuando nos abrimos a observarnos

La observación introspectiva

Me ocurrieron recientemente algunos sucesos, que me empujaron a cuestionar: ¿somos realmente conscientes de nuestro vocabulario limitado y la manera en que nos expresamos? Y no me refiero con limitado, al sentido de si poseemos o un léxico amplio y un manejo del lenguaje elocuente digno de admiración, o no. Me refiero a limitado en el sentido de límites. La forma en la que nos expresamos oralmente es la primera y más visible manifestación de cómo pensamos. Si comenzamos a cultivar la observación de lo que decimos seguramente nos sorprenderemos, ¡imagínate lo que sería observar un poco más profundamente nuestros pensamientos!

No es cómo dicen; las palabras no se las lleva el viento, porque nacen desde nuestro interior, y por ello ponen de manifiesto nuestra satisfacción y poder, o nuestras basuras por sanar. Te invito a detenerte y pensar: ¿de qué manera hablo? Te invito a cuestionar tu vocabulario, ya que a través de él reflejas realmente lo que quieres para tu vida. Y vuelvo a insistir nuevamente, no me refiero a ser culto o manejar un léxico particularmente amplio y distinguido, me refiero a observar si tu lenguaje es coherente con lo que sientes interiormente, si tu interior honestamente apoya a partir de un pensamiento reflexivo lo que verbalizas, o si lo haces desde una máscara. Te pido que comiences a contemplar si tus palabras realmente están diciendo una cosa, mientras que tus acciones son opuestas o tangencialmente distintas... Si pudiésemos realmente escuchar la mente de quienes nos rodean, podríamos comprobar si sus palabras están alineadas con lo que piensan y sienten realmente, y a un nivel más profundo, podríamos constatar que esas palabras realmente están construyendo lo que quieren para su vida. Hago esta mención ilustrativa porque siempre parece ser más simple ir por la vida verificando en otros, en lugar de observarnos introspectivamente.

¿Qué mensaje estamos transmitiendo al mundo? Si a través de nuestras palabras construimos el futuro e impactamos nuestro ambiente inmediato ¿qué mundo estamos proyectando?¿Qué mundo estamos generando en este instante?

Y me detengo particularmente aquí, porque no, no creo en las malas palabras, en el sentido culturalmente aceptado, importa el trasfondo de esas palabras. Por eso pregunto: ¿realmente las usas para inspirar, esparcir amor y tu esencia, tus motores internos, tus deseos, tus valores, tus metas, ayudar, iluminar? Te invito a preguntarte: «¿desde dónde creo?» Porque definitivamente la forma creativa que adquieran nuestros pensamientos condicionará ampliarte nuestras vidas. Todos somos creativos, la creatividad es una cualidad inherente al ser humano, y va más allá de construir objetos de arte, es una forma de expresión. Somos creativos a cada instante; en nuestras expresiones, nuestro lenguaje corporal, en la elección de la ropa, en la manera que escogemos solucionar nuestras cuestiones diarias, es una energía latente en nosotros.


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Cuando elegimos nuestro centro por encima del discurso mundanal

Buscar la asertividad

Es cierto que muchas veces nuestros discursos se pueden ver influenciados por las circunstancias, las conversaciones, los ámbitos o las personas con las cuales entablamos un tema. Realmente algunas veces estas conversaciones se establecen por una inercia de «ser educado y decir algo», pero terminan resultando contraproducentes y nos vemos afirmando o repitiendo cosas que dudamos realmente si creemos, o que forman parte de un pensamiento colectivo -generalmente pesimista- y no del propio. Actuamos automáticamente validando una realidad que ni siquiera nos hemos planteado seriamente si apoyamos o no, lo que finalmente termina reflejando una incoherencia personal. Y lo más jodido, es que a veces todo esto se da a un nivel tan automático ¡que ni tan siquiera nos damos cuenta de que estamos haciéndolo!

Ejemplo típico es este tipo de discurso acomodativo e inconformista suelen ser las críticas del día: si llueve, porque llueve, si hay viento, si hace calor, si frío... Pareciera que nunca llegará a ser perfecto. Este inconformismo atmosférico suele verse reflejado en varios ámbitos de la vida de estas personas, ¡imagínense los estragos que puede generar aplicado a las relaciones humanas!, ¡nadie dando la talla! Si se extiende a un panorama más general, algo aparentemente superfluo, puede transformarse en un escenario bastante alarmante. Pero lo más positivo es que depende pura y enteramente de nosotros amoldarnos o no. Si vas por la vida centrándote y esparciendo lo que no está bien, lo que falta, lo incompleto, las cosas que no se pueden; en lugar de todo lo bueno, te vas limitando, vas empequeñeciendo tu mente, tus pensamientos, tu lenguaje. Usemos esa fuerza creativa personal para engrandecernos. No sigas la corriente y haz lo que dice la remera de un amigo que me encanta: «Think outside the box» («piensa fuera de la caja»).

Por eso te planteo que realmente pruebes con ser conscientes de cuando las palabras van a salir de tu boca, para limitarte en el momento preciso y no contribuir en algo en que no vibra contigo. Te aseguro que si intentas desdecir lo que está planteando la otra persona en ese instante —desde el respeto y el humor—, con un simple: «¿le parece malo el tiempo de verdad? a mi parece que está estupendo», puede incluso llegar a desarrollar una conversación más auténtica, productiva e interesante para las dos partes, generar una fisura reflexiva en el automatismo diario, o, al menos robar alguna sonrisa. Y si en última instancia, si vemos que no sea el ambiente propicio para ese paréntesis, siempre podremos optar por la sabiduría del silencio.

Actuar de esta forma es el camino a ser una persona más asertiva. Es decir, un individuo que sabe mostrar su postura frente a algo y decir que no cuando así lo cree, o mostrar un nuevo punto de vista constructivamente. Es la manera que tenemos para enmendar la distancia con nuestro yo interior y acercarnos un buen trecho.


Nosotros los indios sabemos del silencio. No le tenemos miedo. De hecho, para nosotros es más poderoso que las palabras. Nuestros ancianos fueron educados en las maneras del silencio, y ellos nos transmitieron ese conocimiento a nosotros. Observa, escucha, y luego actúa, nos decían. Ésa es la manera de vivir.
Observa a los animales para ver cómo cuidan a sus crías. Observa a los ancianos para ver cómo se comportan. Observa al hombre blanco para ver qué quiere. Siempre observa primero, con corazón y mente quietos, y entonces aprenderás. Cuando hayas observado lo suficiente, entonces podrás actuar.
Con ustedes es lo contrario. Ustedes aprenden hablando. Premian a los niños que hablan más en la escuela. En sus fiestas todos tratan de hablar. En el trabajo siempre están teniendo reuniones en las que todos interrumpen a todos, y todos hablan cinco, diez o cien veces. Y le llaman "resolver un problema". Cuando están en una habitación y hay silencio, se ponen nerviosos. Tienen que llenar el espacio con sonidos. Así que hablan impulsivamente, incluso antes de saber lo que van a decir.
A la gente blanca le gusta discutir. Ni siquiera permiten que el otro termine una frase. Siempre interrumpen. Para los indios esto es muy irrespetuoso e incluso muy estúpido. Si tú comienzas a hablar, yo no voy a interrumpirte. Te escucharé. Quizás deje de escucharte si no me gusta lo que estás diciendo. Pero no voy a interrumpirte. Cuando termines, tomaré mi decisión sobre lo que dijiste, pero no te diré si no estoy de acuerdo, a menos que sea importante.
De lo contrario, simplemente me quedaré callado y me alejaré. Me has dicho lo que necesito saber. No hay nada más que decir. Pero eso no es suficiente para la mayoría de la gente blanca.
La gente debería pensar en sus palabras como si fuesen semillas. Deberían plantarlas, y luego permitirles crecer en silencio. Nuestros ancianos nos enseñaron que la tierra siempre nos está hablando, pero que debemos guardar silencio para escucharla.

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«En un mundo de plástico y ruido, quiero ser de barro y de silencio». Galeano

El regreso al silencio

Y cuando optamos por el silencio, porque las circunstancias no son fortuitas, descubrimos que en el aparente mutismo de nuestra mente también habitan palabras.

Siguiendo el ejemplo de observación de las conversaciones diarias, podemos aplicar la misma observación para las conversaciones mentales, para una higiene mental profunda. ¿Cómo son esos diálogos incesantes internos? Aquí abrimos un nuevo y fascinante capítulo, el del diálogo interior.

El conocer a nuestro enemigo interior es el primer paso para reconocer, que el allá afuera agresivo puede efectivamente ser parte de un adentro muy hostil.

En el mundo de ruido que habitamos, el barullo de las pantallas, el «deber hacer», «deber informarnos», «el deber contestar» se vuelven los apabullante catapultadores de la no acción contemplativa y silenciosa. Porque pareciera ser que en el silencio puedan surgir ...¿monstruos?, ¿esas cosas de las que huimos frenéticamente?, ¿la inexistencia de razones válidas para cambiar lo que no nos agrada?, ¿la dimensión de nuestras excusas para no ser valientes?, ¿el sinsentido de nuestras acciones?... Sea lo que sea, parece que en cada vez cuesta más estrechar lazos con nuestro espacio interno, nos colmamos de acciones para escapar de caer en las garras de esa aparente aberrante improductividad.

Pero no hay viaje más estimulante que ese. En el que primer instante surgirá también un bullicio mental, para ir consecuentemente, paso a paso, calmándose hacia el silencio tan ansiado.

Vivo próxima una caja ruidosa llamada mente algunas veces es tan molesta, que pienso que habito dentro, y otras me identifico con ella. La crisis es tan grave que he comenzado optar por hacer algo sabio: tomar distancia y en la soledad observadora siento que respirar y suspirar se me hacen más simples. Desde hace un tiempo fantaseo con golpearle la puerta y sugerirle que pruebe la belleza del silencio... En cualquier momento irrumpiré sin aviso y le hablaré de las cascadas serenas que deslizan y arrastran las preocupaciones con ellas, de las noches estrelladas en el espiráculo de la vida emitiendo bocanadas de gracias a una vía láctea que convida sueño(s) le comentaré de los bosques del silencio susurrante de los árboles que sanan o hablaré de las montañas majestuosas, donde el silencio roza el sentido infinito-finito de la vida... O le hablaré de mi, plácida en la habitación contigua, y le invitare a visitarme si decide experimentarlo. Silencio(shhh…)

¿Qué opinas al respecto de todo esto que comento? ¿Creen que las palabras son tan poderosas? Te leo en los comentarios.

Nos vemos en el siguiente post.

Con amor, ℳ𝒶𝓇






 

Y si todavía sigues por aquí aquí, te comparto una imagen que vi en estos días y que creo que habla muy bien de cómo las palabras crean realidades.

 

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