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El enojo: una cuestión de emociones

Actualizado: 12 ene 2022

Alguien me dijo una vez que cuando se enojaba, para que se le pasara, se ponía a regar las plantas.

La verdad es que me pareció súper terapéutico y precioso.

Analizándolo luego, me di cuenta de que el agua simboliza las emociones, y entrar en contacto con ella, es una forma inmediata de reconocer esta faceta humana; la emocionalidad, y volver poco a poco a adquirir su serenidad. La perfecta representación de la transición de un mar bravo, a un mar en calma…

¿Cómo sueles lidiar con tus enojos? ¿Los canalizas o los reprimes?


Y acá abro un paréntesis.


Porque adentrarnos en las emociones parece estar prohibido, empiezan a surgir los… «enojarse es malo», «el enojo es una emoción negativa», «las personas espirituales no se enojan» (léase con tono acusador que puede ser externo o interno).


O luego, cuando nos disponemos a ser sinceros y a hablarlo, llega de algún lugar la frase estrella: «yo nunca me enojo».


¿No te enojas o no te permites expresar tus emociones por las creencias anteriores?


Y lo digo sin tono de ofensa ni reproche, porque he sido la primera en hacerlo.


Por mucho tiempo me acusé a mi misma por mis expresiones de enojo infantil-adolescente (a los que sumaba la culpa por no saber controlarlos), luego con el tiempo pareció que la madurez me permitía controlarlos.


Ja, ¡controlarlos no… más bien lo que sucedió fue que adquirí maestría en reprimirlos!


Y cuando haces eso, básicamente suceden dos cosas:


UNO. guardas mucha bronca. Hacia los otros por lo que en apariencia te hicieron (que obviamente ante nuestros ojos siempre será algo injusto), y hacia vos por no expresarlo, por no defenderte. Porque al fin y al cabo el enojo es una reacción a algo que no sucede de la manera que esperamos y que nos duele.


DOS. se aloja en el cuerpo, porque toda emoción no reconocida causa enfermedad. (Atención aquí: no dije puede, dije causa). Porque somos seres holísticos: cuerpo, mente, emociones. Y las emociones, siempre son las mensajeras de nuestra Alma, ellas nos conectan a nuestro yo profundo y nos cuentan cuando lo que hacemos se desalinea con lo que somos y sentimos.


Y en mi a caso, se alojaba en la garganta, justamente por no expresar mi verdad personal, por reprimir mi esencia ante lo que reconocía como injusto. A otras personas se les acumula en el corazón, y a la larga, se vuelve dolor y angustia. Algunas lo alojan en la nariz y se cierran al ingreso del aire vital, a las ganas de vivir, y no deja de hacer fluir todo lo silenciado por allí. Otras terminan tosiendo compulsivamente, como si quisieran sacar de alguna manera todo eso que llevan dentro y que no pueden callar más.


¡Sí, la anatomía tiene una capacidad increíble de albergar, además de tejidos, sangre, músculo y hueso; un montón de energía emocional estancada!


Con el tiempo, si uno lo desea, se adquiere entrenamiento en la autoobservación, y ya las cosas resultan más difíciles de ocultar… Pero claro, eso sucede solo si uno tiene esa actitud de autoescucha y autoconocimiento.


Siempre existirán dos opciones: emparchar o honrar.

Emparchar es provisorio, por un rato te olvidas, cada quién elige qué costo quiere pagar por hacerlo. Porque no asumir nuestra responsabilidad de vida siempre nos sale caro, nos cuesta una vida vivida a medias, sin llegar a mostrar todo tu potencial y sin manifestar completamente tu autenticidad, tu SER. Porque emparchar evita el dolor de enfrentar lo que subyace a la emoción, si, pero también nos evita todo lo maravilloso que hay detrás de ese dolor. El parche evita que ingrese la luz, con ello que sanen las heridas escondidas en esos enojos.


La otra opción es honrar las emociones. ¡Y cuán duro puede ser pagar ese precio! Porque puede implicar destapar cañerías internas que estuvieron mucho tiempo cerradas (las energéticas y las lacrimales). Toda emoción tiene un mensaje escondido, y sacarlo a la luz, implica reconocer nuestra vulnerabilidad. Pero a la larga, la recompensa es ser libre.


¡Y qué bonita que es la gente así, la que se honra y se permite ser vulnerable!

Entonces, si lo que quieres es jugar este segundo juego, hay que saber, que como en todo, no hay garantías, no siempre vamos a ganar, pero nadie nos podrá quitar todo lo aprendido.


Pero para comenzar debes saber cuándo estás reprimiendo. Ejemplos podrían ser: mirar las pantallas constantemente, no darte espacios en soledad ni de silencio, no preguntarte el para qué de lo que sucede, qué es lo que debes ver y aprender, cómo podrías cambiar, huir, escapar de las conversaciones en las que se hablan temas importantes porque te incomodan, guardarte lo que quieres decir, atacar a quienes intentan darte una visión diferente de las circunstancias. ¿Te suena alguna conocida?


Son estrategias de defensa, son tus alarmas que te avisan del peligro, o lo que es lo mismo; el dolor.


No te juzgues, es lo normal. Lo que pasa es que a veces toca cuestionar si lo normal es lo más saludable para nuestra integridad como personas.


La represión, en los peores casos, no reconocida y abordada con responsabilidad puede conllevar episodios de confrontación y violencia física y verbal. Esa es la consecuencia más devastadora de la falta de inteligencia emocional. Y puede resultar —aunque no lo enfrentemos con alarmas— más frecuente de lo que pensamos en nuestro diario vivir.


Tampoco es culpa de quien la experimenta, es simple (y terriblemente) el no haber aprendido nunca a gestionar nuestras emociones.



Ahora: ¿cuál es el siguiente paso, cómo canalizo mis emociones?


Es un entrenamiento, y como en todo, aliento a que busques tu propia receta.


Ten en cuenta que en el camino a ser mejor personas hay días de todos los colores.


Lo importante es rescatar de entre todo lo que nos reprochamos, aquellos momentos en los que sí. En los que sí logramos tener una conversación honesta, en los que logramos calmarnos y obrar diferente, en los que nos permitimos llorar… Porque nos recuerdan que somos capaces.


Pero ten en cuenta que no hay emociones buenas ni malas, simplemente hay emociones. Quitémos todas estas connotaciones.


En lo personal hay dos herramientas que me hacen mucho bien y te las quiero recomendar:
- escribir
- hablar

Parecen demasiado sencillas, ¿no? Lo son y no lo son.


Hay que cumplir en ambos casos con un requisito fundamental: ser honesto. Si muchas veces no estamos abiertos a hablar con la verdad en nuestras relaciones, podemos estar desentrenados también de hacerlo con nosotros mismos. Porque como siempre digo, lo que sucede en el exterior es un reflejo del interior.


Escribir como desahogo es buenísimo porque nos deja expulsar todos los sentimientos y frustraciones más profundas. Mientras lo hacemos nos permite ordenar las ideas —hablo del orden natural que se da al escribir de manera automática sin detenernos a pensar, escribir un poco más rápido que los pensamientos—.


Sentir a veces puede ser caótico, pero escribir nos despeja y nos da claridad. También nos muestra que las conexiones que hacemos, —esas que nos llevan a estallar por aparente acumulación—, son muy subjetivas, y a veces casi que ni existen, o se sostienen de un hilo muy fino. Son sólo percepciones, que la mayoría de las veces, si rascamos más profundo, no tienen un fundamento real, solo están allí para evidenciar que las causas reales pueden ser muuuy lejanas del suceso puntual que nos está provocando la furia y que es otro es lo que de verdad debemos atender.


Por lo general sufrimos por cosas que no son en sí mismo el detonante real, el dolor oculto. Las maquillamos.


Escribir nos calma, es una pequeña isla a salvo, donde podemos expresarnos (y llorar) sin miedo a ser juzgados y donde ¡podemos contactar con la raíz primordial de lo que nos está pasando.

Para mi, escribir implica una segunda fase, que va un poco más allá del simple desahogo en el papel. Podemos aprovechar para reflexionar.


Imagínate que fueras tu propio terapeuta o amigo, y crea las preguntas que necesites para darte las respuestas que necesitas. Nada de «¿porqué me pasa esto?», eso no te lo preguntaría un terapeuta para que te revuelques en tu dolor…


En todo caso elaboraría preguntas inteligentes como: ¿para qué me sucede esto? ¿Qué puedo aprender? ¿Cuál es el mensaje detrás de ello que hace que repita esta situación una y otra vez? ¿Cómo me siento al respecto? ¿Qué puedo hacer la próxima vez que esto me suceda? ¿Cómo puedo resolver ese problema para sentirme mejor? INSERTE SU RESPUESTA (Be honest, my dear!)


En cuanto a hablar honestamente, me parece imprescindible para cultivar relaciones sanas y nutrir aquellas que queremos preservar.


A mí me funciona solo luego del drenaje por escrito. En el momento no, porque estamos actuando desde el ego y desde defender la razón. Hemos levantado barreras infranqueables.


Antes de abrir una conversación. Recuerda que ambos han sido heridos, ambos han dicho y hecho cosas que no querían. Así que sé empático, mantente abierto y habla desde la sinceridad y el amor.


Algunos preguntas y/o frases disparadoras para tratar podrían ser: ¿Cómo se siente el otro respecto a lo sucedido? ¿Cómo me he sentido yo? Lo que en realidad me pasa es... (INSERTE AQUÍ SU RESPUESTA).


Acá tampoco hay garantías frente al dolor, el abrir completamente tu corazón no lo garantiza, pero sí sentirás una vez acabada la charla que has dado lo mejor de tí.


A veces, simplemente estas conversaciones debemos tenerlas con nosotros mismos. Mímate y permítete sentir sin juzgar. Haz por tí lo que te gustaría que hicieran por ti. ¡Y date amor! El enojo siempre es un recordatorio del amor que no nos estamos entregando.

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Voy concluyendo, que empecé a escribir como idea para un post de IG, y terminó como post para el blog.


Así que en tu próximo enojo, sal a regar tus plantas, hace lo que quieras, escoge entre: honrar o emparchar. Pero hazlo sabiamente.

Te leo en los comentarios.

Con amor, Mariana


 

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